Por qué el amor es la verdadera fuente del éxito

Las personas se obsesionan con tener éxito, pero no se preparan para lograrlo. Se piensa que es fácil, pero, como todo lo que vale la pena, requiere, como mínimo, esfuerzo, constancia y, sobre todo, amor y dedicación.

Se ha sobrevalorado el tema del éxito como propósito de vida.

Las personas se obsesionan con tener éxito, pero rara vez se preparan adecuadamente para lograrlo. Se piensa que es fácil, pero, como todo lo que vale la pena en la vida, requiere, al menos, esfuerzo, constancia y, sobre todo, amor y dedicación.

El éxito, hoy día confundido con riqueza económica y fama, nubla la mente de quienes buscan desesperadamente una solución a sus problemas económicos y emocionales. Recientemente leí un post en Instagram que decía: “Es mejor una choza donde se ríe, que un castillo donde se llora”.

Ciertamente, el éxito debería medirse por la felicidad, no por el dinero. Lamentablemente, hoy día el dinero representa mucho de lo que entendemos por bienestar, sobre todo si vivimos en la ciudad. Para quienes se dedican al campo o a la pesca como forma de vida, el dinero es menos importante en comparación con la felicidad.

Entonces, ¿cuál es el secreto del verdadero éxito para quienes nos gusta el estilo de vida citadino? Bueno, un porcentaje puede atribuirse a la suerte, como sea que esta se presente, pero el otro porcentaje, tal vez mucho más alto, se debe a nuestra preparación para enfrentar los retos que ello implica. A menos que contemos con un talento extraordinario o una herencia que nos permita vivir sin tener que trabajar, nuestro desempeño es indispensable para lograr estabilidad emocional y económica. Y todo ello comienza muy temprano en nuestras vidas, con el amor y la dedicación de nuestros padres, quienes se encargan de prepararnos para el futuro.

Guillermo Hernández (1939-2022) Psicólogo y pensador, también es mi padre, a quien junto a mi madre, le debo mi formación y estilo de vida.

La formación y el amor recibidos en el hogar son indispensables. El esfuerzo de nuestros padres por brindarnos una buena educación nos encamina desde muy temprano hacia un futuro lleno de posibilidades. La disciplina, el orden, la organización y la responsabilidad, que debemos asumir inicialmente con nuestros estudios y con nuestra vida diaria, se convierten en hábitos que facilitan las posibilidades de una buena calidad de vida en el futuro.

No en todos los casos se cuenta con un hogar que ofrezca esas oportunidades, y es ahí donde el factor suerte adquiere aún más relevancia. No elegimos dónde nacemos, pero una vez que tenemos uso de razón, y si la suerte nos acompaña por un momento, no debemos desaprovechar las oportunidades que la vida nos brinda. Muchos se han forjado a sí mismos sin el apoyo de su familia, y si ese es el caso, entonces debemos ser aún más disciplinados e inteligentes.

«Nacer pobre no es una decisión, morir pobre si lo es».

Anónimo

Los padres hacen sacrificios por los hijos, y los hijos son responsables de aprovechar esos sacrificios y potenciarlos para darles, por una parte, a los padres la satisfacción del deber cumplido. Por otra parte, una vez que despegamos y salimos del nido, es nuestra responsabilidad con nuestra propia vida lo que nos lleva a buscar y lograr el bienestar.

El éxito podría ser la combinación de responsabilidad y organización, lo que se traduce en disciplina y, finalmente, en calidad. Es decir, la calidad es el producto de la disciplina y la organización, y la calidad de vida es una buena medida del éxito.

Podríamos entonces decir que la felicidad consiste en lograr la calidad y el estilo de vida que deseamos, cada uno según su gusto. El dinero, como elemento, poco tiene que ver, ya que, al final, es el resultado o la consecuencia de la disciplina y, como mencionamos al principio, un poco de suerte. Suerte que, a su vez, llega si tenemos las condiciones y la preparación para aprovecharla cuando nos toca. Y esa condición es producto, muchas veces, de la misma disciplina con la que decidimos vivir. En resumen, la calidad de vida depende de la organización y la disciplina, lo que a su vez atrae a la suerte.

Noemí Valenzuela de Hernández, mi madre, a quien debo el saber vivir la vida siendo feliz, el entender el poder infinito del amor, y sobre todo, que la magia si existe y aparece cuando nos preparamos para recibirla.

Ahora bien, toda esa preparación y disciplina, para que nos hagan felices, deben surgir del amor; en este caso, del amor a lo que hacemos, al amor a nuestros padres, a la vida, o a ambos, quienes nos dieron la oportunidad. También debe surgir el amor al proceso y a los resultados que produce lo que hacemos para lograr el bienestar.

El bienestar, o el éxito, como quieran llamarlo, es entonces tener bien claro, desde muy temprano en nuestras vidas, que ello requiere trabajo y disciplina, y, lo más importante, aprender de los fracasos. Es decir, “a veces se gana y otras veces SE APRENDE”.

Es importante aprender a aprender, lo que, en casi todos los casos, requiere aprender a escuchar. Comprender lo que se aprende es fundamental para un desempeño productivo. Muchas veces creemos que lo que sabemos es lo correcto y resulta que lo que supuestamente sabemos, lo hemos aprendido mal. Saber aprender es asegurarnos de que estamos aprendiendo de manera correcta, y ello también requiere dedicación, disciplina y, sobre todo, saber escuchar.

Escuchar requiere apartar cualquier pensamiento dentro de nuestra cabeza y enfocarnos en lo que estamos oyendo, evitando el ruido de nuestros pensamientos, sin pretender nada más que entender, sin establecer una opinión o juicio personal. Si creemos que sabemos, entonces no aprendemos.

El amor al aprendizaje puede significar una diferencia en nuestra evolución hacia el logro del bienestar.

Por otro lado, tomar decisiones acertadas, en el momento adecuado, también puede significar un acercamiento al éxito. Sin embargo, las decisiones deben estar sustentadas en criterios que nos permitan garantizar que lo que estamos decidiendo traerá beneficios y posibilidades superiores al riesgo de fracaso. Decidir correctamente también depende de las herramientas con las que contamos para hacer frente a esa decisión.

Como aspecto final, debemos entender que el conocimiento y la inteligencia son cosas distintas y realmente no tienen mucho que ver una cosa con la otra. Sin embargo, el conocimiento sin inteligencia y la inteligencia sin conocimiento resultan menos productivos. La inteligencia, es decir, nuestra capacidad de entender las cosas, aprender y aplicar el conocimiento, sumada a la información obtenida del conocimiento (conocer es saber sobre las cosas), en conjunto, nos acerca más al bienestar. Si a todo lo anterior le sumamos el amor, amor a nuestros padres, hijos, trabajo y a la vida misma, haremos que ese camino hacia el bienestar esté lleno de felicidad, satisfacción, alegría y optimismo. Esto nos genera inspiración y, por ende, nos lleva a obtener resultados que podríamos llamar “el éxito verdadero”.