El amor al trabajo se fomenta y se enseña desde edades tempranas, y esto ocurre principalmente mediante el ejemplo.
La persona joven que percibe el amor al trabajo en su entorno cercano crecerá con la idea de que el trabajo es una actividad agradable. Por lo tanto, buscará la manera de que sus ingresos sean producto de actividades que sean a la vez agradables y gratificantes, que generen dinero, orgullo y satisfacción.
En mi caso particular, he tenido mucha suerte con respecto a cómo me siento sobre lo que hago para vivir, y sobre mi trayectoria personal desde que recibí mi primer pago por realizar una tarea laboral.
Quiero, antes de sumergirme de lleno en el tema, aclarar que no todos corremos con la misma suerte, y que el proceso puede ser diferente para cada persona. Al igual que muchos, no siempre ha sido un camino de rosas. También he tenido que enfrentar situaciones laborales que no fueron precisamente agradables. Sin embargo, lo importante es aprender de esas experiencias, comprendernos a nosotros mismos, estar claros con lo que deseamos hacer para vivir y siempre buscar la manera de trabajar sintiéndonos felices con lo que hacemos. Es fundamental entender que los fines no justifican los medios y que todo debe hacerse dentro del marco legal, buscando no solo beneficios personales, sino también sociales.
Comencé a entender el valor del dinero cuando tenía entre 8 y 10 años, por diferentes razones. A los 8 años, mi hermana Esther y yo, quienes jugábamos juntos casi siempre debido a que somos contemporáneos y de caracteres muy parecidos, vivíamos en una sociedad con costumbres diferentes a las latinoamericanas, especialmente en cuanto a jugar en la calle y hacer mucho ruido. Establecimos como nuestro centro de juegos el garaje de la casa, que en esos países generalmente está separado de la vivienda. Este espacio es ideal para jugar, ya que es grande, cálido y techado. Allí pasábamos horas buscando alternativas para divertirnos. Dibujábamos juegos con tiza en el piso, teníamos juguetes y dulces, y nuestra madre nos traía bebidas mientras jugábamos.
El garaje era visible desde la calle, y los niños del vecindario comenzaron a acercarse e integrarse a nuestras actividades. El verano nos favoreció enormemente, ya que durante las vacaciones de la escuela podían estar con nosotros entre 5 y 10 niños del vecindario. Al ver que la situación crecía y los niños llegaban a jugar todos los días, mi hermana y yo decidimos formar «El Club de Juegos» y cobrábamos 10 centavos la entrada para poder comprar dulces y bebidas para todos. Aunque nuestra principal intención era divertirnos, pude comprender que a las personas no les importaba pagar por divertirse.

Mi hermana Esther y yo en la época del «Club de Juegos»
A los 10 años, durante los estudios de mi padre, y debido a las actividades que realizaba, que consistían en el análisis estadístico de datos, él imprimía mucha información que organizaba en carpetas. Siempre era una gran cantidad de hojas que debían ordenarse correlativamente y en secuencia numérica. El tiempo de mi padre era limitado, ya que trabajaba muchas horas en el análisis, así que alguien debía ayudarlo a organizar los resultados impresos, agujereando las hojas e insertándolas ordenadamente en las carpetas. Estamos hablando de cientos de hojas que había que agujerear con el «sacabocados» e insertarlas en pequeños grupos hasta llenar el grosor de las carpetas. Mi padre me pagaba un dólar por cada carpeta completada, y para un niño de 10 años, eso significaba muchos chocolates.
Un día compré un juego que me costó ocho dólares y luego se lo vendí a un amigo por diez dólares. Era un juego electrónico de béisbol portátil. Me pareció increíble que me lo compraran por más dinero del que pagué por él, y comprendí la relación precio-valor.
En fin, mi relación temprana con el dinero estaba ligada a cosas que me hacían feliz. Es decir, el trabajo me divertía. Quizá por esa razón, ya de adulto, siempre rechacé aquellos trabajos que me amargaban la vida, y si los hacía, no duraba mucho tiempo en ellos. Lo mismo sucedía con rodearme de personas «negativas» en el trabajo, siempre lo evitaba.
Durante mi adolescencia, mis hermanos mayores trabajaban con electricidad y electrónica. De Alfredo aprendí a trabajar con electricidad y a comprender los principios fundamentales de trabajar con ella de manera correcta, ya que en ocasiones le servía de ayudante y él me explicaba mientras yo lo observaba trabajar. De Guillermo aprendí sobre computación, computadoras, redes, cableados e instalaciones domésticas y comerciales. Servirles de ayudante a mis hermanos me abrió los ojos a lo importante que es hacer las cosas cuidadosamente y concentrarse en las tareas, ya que de lo contrario podrían traer consecuencias lamentables.
Durante las vacaciones, antes de entrar a la universidad, diseñé logotipos para amigos del vecindario que comenzaban sus empresas. Una era una clínica de salud, la Clínica Cedeño, y la otra era un gimnasio, Neptuno, al cual también le creé el eslogan: «Neptuno, el gimnasio número uno». Esa creatividad me llevó a mi primer trabajo formal.
Mi tía Aura, propietaria de una agencia de publicidad, me abrió las puertas de su casa para que viviera allí y trabajara con ella y mi tío Nicolás en la agencia. De ellos recibí mi primer sueldo formal, aprendí a entender la vida empresarial y la gerencia, pero también me enseñaron lo importante que es divertirse en el trabajo. Afortunadamente, la vida laboral en el área de la publicidad es muy divertida, ya que el entorno se presta para hacer negocios en reuniones y fiestas de trabajo, comidas en restaurantes y eventos sociales. Esa experiencia con mis tíos marcó mi estilo de vida de allí en adelante.

De izquierda a derecha, mi madre y su hermano Jesús Román, mis tíos Aura y Nicolás en la época cuando trabajé con ellos en la agencia de publicidad, y a la derecha, mi tía Esther Wisintainer, madre de mis primos Shirley y Edwin y Nathalie, y esposa de mi tío Edwin Wisintainer.
Ya en la universidad, y gracias a mi prima Shirley, quien también es publicista y trabajaba en una agencia grande de medios exteriores (vallas publicitarias), trabajé como profesional del diseño. A su lado, pude ver el manejo de una empresa grande, de más de 300 empleados. Era una empresa familiar, por lo que el trato con el personal era muy cercano a la directiva, quienes, a su vez, eran los dueños.
Es importante aclarar que, si bien Shirley es mi prima, no solo por eso pensó en mí para la vacante. Ella sabía que mi perfil encajaba con las necesidades del cargo ofrecido. Ella me ayudó porque sabía que podía con el compromiso y que no la dejaría mal parada ante sus superiores y colegas.
El padre de Shirley, mi tío Edwin, y su hermano, mi primo Edwin, tenían un taller de reparación de máquinas para la industria textil, y allí no solo se reparaban las máquinas, sino que también se fabricaban los repuestos. En el taller Wisintainer se trabajaba no solo con creatividad, sino que era imprescindible que los estándares de calidad fueran más allá de lo bueno. La excelencia creativa, la inteligencia y la calidad absoluta eran su filosofía de trabajo. En su taller me ayudaron con muchos proyectos de la universidad. De los Wisintainer aprendí la importancia de la calidad y la excelencia, pero no como una obligación molesta e incómoda, sino como un hábito que produce una enorme satisfacción y orgullo.
Una vez graduado, pensé que, mejor que un salario, era emprender mi propio camino. El detonante fue un «side-job» freelance que tomé mientras trabajaba en la empresa de vallas publicitarias. La empresa Packard Bell anunciaría en vallas dentro de las estaciones del metro, y el ejecutivo que nos visitó me preguntó si podía hacerle los artes y la fotografía para los anuncios. Por ese trabajo, al que dediqué solo una semana, cobré el equivalente a un mes de salario. Aunque mi salario no era para nada despreciable, la experiencia me impulsó a trabajar por mi cuenta, y pasé a ser cliente de la empresa en la que trabajé por 2 años. Inicialmente se formó una empresa entre un grupo de amigos de la universidad, que finalmente terminó siendo una pequeña empresa familiar que funcionó desde 1994 hasta 2006.
Sin embargo, la vida da vueltas y mi experiencia laboral comenzó a tomar nuevos caminos. Como inmigrante, me tocó desempeñarme como vendedor en una mueblería, pero siempre con la visión de progresar, de crecer, y la salida fue seguir los pasos de mi padre: continuar estudiando formalmente para poder obtener mejores ingresos. Hoy día, gracias a ello, puedo desempeñarme como al principio de mi carrera, de manera independiente y trabajando desde casa.
Durante todo ese trayecto laboral y educativo, que ya lleva 25 años, he aprendido cosas clave que intento convertir en hábitos. Los hábitos de trabajo y producción de dinero no son fáciles de adquirir. Sin embargo, volviendo al principio, si te gusta lo que haces, el camino se hace menos complicado, y si lo que haces no es de tu completo agrado, los hábitos ayudan a que la tarea sea menos pesada.
Mi hermano menor, Francisco, es un experto en hábitos. La constancia, la persistencia y el enfoque son herramientas que aplica desde muy temprana edad. Él descubrió que para los negocios se requiere sacrificio. Y haciendo un paréntesis, sacrificio no significa sufrimiento; significa planificar y trabajar ahora para disfrutar mañana. Sacrificio es dejar por un rato lo que queremos por lo que debemos hacer, para luego hacer lo que queremos, intercalando horas de productividad con horas de ocio y diversión.
Francisco descubrió y comprendió que sus hábitos producían ingresos. Buenos hábitos de vida y trabajo que generan bienestar van más allá de cualquier conocimiento. No hacemos nada con el conocimiento sin la disciplina y la constancia. Un día, conversando, me respondió a la siguiente pregunta: ¿Y si no funciona, qué haces? Me dijo: «Sigues intentándolo». Yo, particularmente, nunca he sido muy disciplinado, y los hábitos se me hacen difíciles. De Frank he tratado de copiar ese maravilloso hábito de la constancia, y he aprendido a disfrutarlo.
Entonces, lo importante es aprender una manera, crear una fórmula, que resulte en que dichos hábitos de trabajo sean agradables y productivos.
Mi hermano Alfonso dedicó su vida al manejo del recurso humano y los derechos laborales. El conocimiento de las leyes al respecto resulta indispensable para quienes hemos trabajado en empresas y hemos tenido empresas. Su visión del recurso humano como esencia del progreso en una empresa me sirvió de guía. Respetar los derechos laborales del personal lleva al personal a respetar sus deberes laborales con la empresa. Es un equilibrio entre dar y recibir. Hoy aplico mucho de ese conocimiento cuando comparto mi experiencia con otros empresarios.
Hoy día trabajo con una persona en particular que, más allá de su inteligencia y conocimientos, procura que las cosas que produce no solo sean excelentes, sino que además sean hermosas. Él lo llama «el camino a lo maravilloso». Es decir, que los resultados no solo sean funcionales, sino agradables, simples, fáciles de utilizar, convirtiendo procesos muy complejos en herramientas amigables. Es un extremo detallista, y ello me ha llevado a exigirme aún más a mí mismo, a pensar de modo más autocrítico y procurar que la excelencia se vista de belleza. La perfección no existe, pero es necesario vivir para acercarse a ella y poder así aproximarnos a la esencia del propósito profesional: dar lo mejor de uno mismo, siempre.
De mi madre, como siempre comento en este blog, aprendí que la entrega a todo lo que haces de corazón se refleja en tu sonrisa. Si somos felices mientras trabajamos, eso se contagia y ayuda a los que te rodean a sentirse felices también.
Podemos concluir que, si bien el trabajo es trabajo y requiere de esfuerzo, dedicación y disciplina, no tiene por qué ser una tortura. Tenemos el derecho y el deber, como seres humanos, de encontrar la felicidad y procurar la felicidad de quienes nos rodean.
Yo agradezco tanto amor de mi familia por las oportunidades que me brindaron para formarme como profesional y, quizá sin darse cuenta, ser parte importante de esa formación. Pero quienes no han tenido tanta suerte no deben conformarse con una vida difícil y llena de obstáculos innecesarios. Hay que aprender a pensar y pensar bien para aprender. Mientras mejor aprendemos, más fácil será aplicar lo que aprendimos y así llevar una vida feliz en el trabajo.
Por último, siempre hay que advertir la posibilidad de un cambio. Si hay que cambiar, se cambia, pero debemos estar preparados para ello. «Lo único constante es el cambio» y, si tenemos las herramientas, podremos adaptarnos al cambio más rápido sin dejar de ser productivos.
Bajo estas líneas les dejo un pequeño diagrama, producto de los libros que más han influenciado mi carrera profesional, el cual está lleno de hábitos que me han permitido ser productivo y feliz a la vez. Espero lo disfruten.
En la próxima entrega dedicaré el post al análisis y aplicación de dichos procesos. ¡Gracias y hasta la próxima! ¡Ah, recuerda que puedes dejar tus comentarios!
Foto de portada: Sr. Eduardo Cabrera con carretilla VEPACO. Creador, hace más de 90 años, de la empresa donde realicé mis primeros trabajos como profesional. – Archivo Publicidad VEPACO.










Fotografía de Frank Hernández @myfrank_
Fotografía de Frank Hernández @myfrank_
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