Prejuicios y discriminación: cuando lo inaceptable se normaliza

Tendemos a clasificarnos en categorías sociales, raciales y de género, excluyéndonos, dividiéndonos y, por tanto, debilitándonos. En este sentido, la discriminación es negativa y nos perjudica a todos.

Si hay algo que me agrada y me engancha de hacer esto, es aprender sobre nuestras conductas como individuos y como sociedad. Comprender que, si voy a tomarme en serio esto de intentar hacer algo, esto de poner un granito de arena que ayude a cambiar las cosas para mejor, entonces debo comenzar por mí mismo y entenderme como ser humano.

Gracias a documentos maravillosos publicados por expertos, gente increíble que está allá afuera investigando y viviendo experiencias fascinantes, me he convertido en un adicto al estudio de la sociedad integrada por seres individuales distintos, pero a su vez muy parecidos.

Leyendo sobre discriminación y prejuicios, pensaba en lo similares que son todas las sociedades en cuanto a estos aspectos y en lo diferente que nos comportamos como individuos cuando no estamos bajo la presión de nuestro grupo social.

Mi experiencia, tanto en grupos multiétnicos como en el trato individual con personas de orígenes y culturas distintas, me demuestra que, aunque teóricamente estas conductas negativas cumplen un aparente fin en el equilibrio social u orden natural, la mayoría de las personas preferimos y deseamos llevarnos bien sin importar nuestras diferencias.

He experimentado la discriminación personalmente y estoy seguro de que, en algún momento, también he discriminado a otros, pero hoy entiendo por qué y también entiendo que hay alternativas que dan mejores resultados para la sociedad.

Justo anoche, y como una gran casualidad, pude ver un documental llamado Des-honestidad: La verdad sobre la mentira, presentado por el economista del comportamiento Dr. Dan Ariely. En él se entrelazan historias personales, opiniones de expertos, experimentos de comportamiento y material de archivo para revelar cómo y por qué la gente miente. La conclusión que más me sorprendió fue cómo, en ciertas circunstancias, mentir es socialmente aceptado hasta que la mentira crece demasiado, se sale de control y quien paga es el individuo, no la sociedad. La tendencia general en todos los casos fue: “Si lo hacen los demás, está bien que yo lo haga”.

El caso es exactamente el mismo en cuanto a los prejuicios y la discriminación.

En un artículo publicado en la Revista de Psicología de la Universidad de Antioquia, el profesor PhD Óscar Navarro Carrascal y otros colaboradores, en su estudio titulado La discriminación social desde una perspectiva psicosociológica, explican cómo la discriminación tiene sus orígenes en los estereotipos y en los prejuicios que heredamos históricamente y que forman parte de nuestra cultura.

El Dr. Navarro expone que factores individuales como el fracaso y la baja autoestima, aunque no son los únicos, pueden derivar en un comportamiento discriminatorio como resultado de la frustración personal. Es decir, discriminamos al no aceptar nuestros fracasos como propios, sino como culpa del otro. Entiéndase bien que esto se refiere al aspecto social. Estas conductas se transforman en valores sociales que se transmiten de generación en generación y pasan a formar parte de la cultura.

Básicamente, discriminar al otro, producto de la herencia histórico-cultural, nos hace sentir pertenecientes a nuestro grupo social. Un buen ejemplo es cuando nos convertimos en fanáticos de un equipo deportivo y estamos en el estadio presenciando un juego en el que ocurre lo que consideramos una injusticia para con nuestro equipo. Como colectivo, rechazamos al otro equipo y a sus fanáticos; en casos extremos, las cosas pueden incluso tornarse violentas al encenderse esa pasión irracional que nos hace humanos. Sin embargo, quizá nos llevemos bien con una persona que, sin nosotros saberlo, pertenece al otro equipo, pero a quien hemos conocido en circunstancias agradables. Descubrimos que comparte nuestra pasión por el deporte y sentimos empatía. De pronto, ya no es tan importante la preferencia por tal o cual equipo, sino nuestra percepción del individuo fuera del contexto y la circunstancia social específica.

La discriminación es, en principio, una cualidad positiva, ya que nos permite elegir entre aquello que nos beneficia o nos perjudica. El problema surge cuando se discrimina sin considerar los aspectos positivos que podrían aportarnos una persona o un grupo de personas, es decir, cuando anteponemos los prejuicios sin establecer una comunicación que nos permita conocer y comprender al otro.

Photo by Masha

Tendemos a clasificarnos en categorías sociales, raciales y de género, excluyéndonos, dividiéndonos y, por tanto, debilitándonos. En este sentido, la discriminación es negativa y nos perjudica a todos.

De manera sorprendente y reveladora, el estudio de Navarro cita: “Las investigaciones han demostrado que las personas que más se conforman a las normas sociales son aquellas que más tienden a tener prejuicios hacia los demás”. Lo interesante es que otro aspecto que se produce culturalmente y deriva en la discriminación es la formación de estereotipos, con los cuales establecemos la clasificación mencionada anteriormente. Los estereotipos vienen prefabricados en la herencia cultural y son afianzados por las normas sociales del grupo.

La discriminación se fundamenta en la desigualdad de poder, donde quien es discriminado no tiene o no ejerce el poder para ser percibido como igual.

En los niños, la discriminación social, racial o de género no aparece si no es introducida por el adulto. Al niño no le importa el color, la raza, el género ni el estrato social al que pertenecen sus compañeros de juego. Los niños juegan y se divierten por el simple placer de reír y compartir el momento de alegría que les deja la experiencia del juego.

En la segunda parte de esta bitácora, la cual dedicaré a las fórmulas positivas, las acciones de cambio y las experiencias transformadoras, profundizaré en cómo es posible evitar los conflictos y las diferencias que nos llevan al desamor, a la tristeza, a la exclusión y a la depresión, tanto a nivel individual como grupal o social. Ya no tocaré los aspectos negativos; solo me enfocaré en el cambio, en la acción y en el logro de la felicidad.

Voy a hacer un paréntesis en este momento para informarles que este sería el último de los cinco primeros artículos que considero introductorios y cuya intención es dejar claro, en el ámbito de las definiciones, los conceptos sobre los cuales se fundamenta la bitácora de El Poder Infinito. Quise dejar como cierre este artículo referente a la discriminación porque la considero como la esencia detrás del odio. Son los prejuicios, producto de nuestras propias frustraciones o heredados de nuestra cultura, los que generan el rechazo al otro y, como consecuencia, nos impiden entenderle, acercarnos, comprenderle.

La respuesta ya la tenemos más o menos clara: es el amor. ¿Pero cuántos tipos de amor existen? ¿Cuántas formas de amor, cuántas maneras de amar por tantas cosas tangibles e intangibles que nos hacen felices? ¡Ya lo descubriremos!

El amor es la respuesta.

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¡Gracias y hasta la próxima!

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