En la bitácora anterior prometí hablar sobre sociedades felices y sus características, lo cual haré en algún momento durante esta entrega para ejemplificar las razones que hacen a una sociedad más feliz. En el fondo, estas razones son básicamente las mismas que hacen feliz a cualquier persona y nos permiten convivir en armonía.
Para ello, sería oportuno definir la felicidad. Aunque es algo relativo para cada ser humano, quizá existe un elemento común y compartido que la sociedad entiende como felicidad. La RAE la define como: “Estado de grata satisfacción espiritual y física”. Quizá tendría sentido agregar las palabras “emocional e intelectual” a esa definición. Pero lo importante es el concepto de “grata satisfacción”.
Sin embargo, hay quienes sienten grata satisfacción al hacer el mal. La verdad es que, aunque en el fondo la maldad solo genera amargura, esta puede dar satisfacción a quien es malo o mala por definición. Pero, ¿qué es la maldad? La RAE la define como: “Acción mala e injusta”. Entiéndase “mala” o “malo” como “algo de valor negativo, falto de cualidades y nocivo para la salud”, por ende, no puede producir felicidad.
Erich Fromm, reconocido sociólogo y psicólogo alemán, nacido en 1900, invirtió gran parte de su tiempo, estudios y reflexiones en intentar definir el amor y la felicidad. En algún momento expresó: “El amor es la única respuesta sensata y satisfactoria al problema de la existencia humana”. Y siento que esa frase explica la razón por la cual hoy muchas naciones padecen depresión, conflictos, guerras y desesperanza. La razón es clara: están manejadas por personas que prefieren el mal sobre el bien, el odio sobre el amor.
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Como lo expresé en la primera entrega y en la introducción, el objetivo de esta bitácora es intentar mostrar por qué hacer el bien, o hacer las cosas bien, genera mayores beneficios que hacerlas llevados por la maldad, y demostrar que una sociedad donde predomina la armonía y el bien da mayor felicidad y prosperidad a sus ciudadanos. La violencia, el crimen y la trampa solo producen satisfacción a corto plazo, y las consecuencias son nefastas.
Profundizando en las razones de la maldad y por qué es parte del ser humano, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, explica en una de sus teorías que dentro de cada persona existe una pelea entre “el instinto de vida y el instinto de muerte (Eros y Thanatos)”. Según Freud, ambos impulsos se funden y chocan dentro del individuo. Eros representa todas las cualidades que afirman la vida, como el amor, la sexualidad, la imaginación, el orgullo y la procreación. Por otro lado, Thanatos se refiere a los impulsos negativos de violencia, brutalidad, aniquilación y muerte.
Por todo lo anterior, entendemos lo difícil que es lograr sociedades perfectamente felices. La maldad está en nuestro instinto más básico. Sin embargo, hay formas de reprimir la maldad y, por ilógico que parezca, no siempre se logran. La fórmula para contener la maldad es sustituirla por felicidad, amor y bienestar a través de la formación espiritual, la educación y el sentido de pertenencia. Al menos así puede verse en las ciudades, pueblos o poblaciones con menores índices de criminalidad y “mayor felicidad”. Por lo general, las características comunes de estas sociedades son las expresadas anteriormente: formación espiritual, alta calidad en la educación y el sentido de pertenencia de sus pobladores respecto a las comunidades donde habitan.
La revista National Geographic, en su página web, publicó fotografías de las 10 poblaciones “más felices del mundo”; ellas son: Ko Samui (Tailandia), San Sebastián (España), Auckland (Nueva Zelanda), Madison (Wisconsin, EE. UU.), Monterrey (México), Kuala Lumpur (Malasia), Gold Coast (Australia), Dubái (Emiratos Árabes Unidos), San José (California, EE. UU.) y Århus (Dinamarca). Los aspectos que las definen como lugares más felices son: amplios espacios de esparcimiento, bellezas naturales, desarrollo económico, beneficios sociales como alto nivel de educación y salud pública, sentido de pertenencia y buena gastronomía.
Tokio, ciudad que tuve el placer de visitar, reconocida como una metrópoli de gran desarrollo, posee fuertes asociaciones de vecinos que representan “pequeñas” urbanizaciones con muy bajos índices de criminalidad. Las razones son simples: aunque en Tokio habitan alrededor de 30 millones de personas, la ciudad está dividida en cientos de “pequeñas” urbanizaciones o sectores donde todos los habitantes se preocupan por su comunidad, se conocen y se respetan, se sienten parte de ella y, por ello, no le hacen daño a su prójimo.

Los ciudadanos de Tokio colaboran de manera voluntaria en casos de emergencia, como incendios y catástrofes naturales, y para ello se organizan muy bien en estas “pequeñas” comunidades.
En mi experiencia, sentí que había mucho de mito en aquello de que los japoneses “no son felices”. Yo pude ver con mis propios ojos expresiones de afecto y amor entre enamorados en las calles, niños sonriendo en las escuelas, amigos disfrutando de su tiempo libre en bares y restaurantes, sonrientes y genuinamente felices.
Son reconocidos los altísimos niveles de educación en Japón, su profunda tradición espiritual y su apego a la cultura.
Espero que, de alguna manera, este humilde aporte ayude y sirva como referencia para enfocarnos en ser mejores y lograr mayor felicidad.
En la próxima entrega hablaré sobre sistemas educativos que producen desarrollo social y bienestar.
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¡Gracias y hasta la próxima!
(Erich Fromm photography by Müller-May / CC BY-SA 3.0 (DE), 1974 – Source: Rainer Funk)